30 agosto, 2015

por todos nuestros insomnios

No nos recomiendo morar entre sombras, 
puesto que no le agradan las nuevas caras, 
los novatos. 
Tampoco nos advierto de la vida porque no sé nada, 
desde el décimo tercer fascículo me he cansado 
de apagar y pagar 
recibos de deudas ajenas, si no os falla la memoria. 
No entendéis el sabor de la victoria hasta que iniciáis 
una guerra con la manta, y más con los pinreles pálidos.
Ni siquiera paramos el minutero por sucedáneos del ocio, 
o los placeres de una cerveza amadrileñada. 
Rebosante de espuma de bar y rayos de sol gaseado. 
Y la sombrilla.
Daríamos por terminadas más de cien tardes brindando entre trofeos. 
Y por si las moscas, 
tachando un día menos, para saber cuándo tuviste la victoria, 
sí, 
entre tus manos. No entre tu historia.
Desde que no zarpan los besos en la orilla de nuestros labios 
nos volvimos huraños, tacaños y viejos. Y bastante estrafalarios por cierto. 
Para nuestro colmo nos obligamos como dummies 
a cargar bromas como peñascos 
y descargarlos inocentemente en inocentes.
Que después con excusas baratas, y una puta noria. 
La pescadilla que se asfixia con la cola.
También rezamos, 
y lo hicimos bien. Demasiado al fin y al cabo.
Recitamos tantras excomulgando nuestros pasados, 
escondiendo nuestros pecados. 
Por miedo a que se vean avergonzados de nosotros mismos. 
Esas rutinas no van conmigo, rifároslas vosotros.
Ni sabemos por diablos, 
ni llegamos más rápido a viejo que nuestra vanidad. 
Nada más que seres decrépitos de turbias lagunas artificiales. 
Por lo mismo, 
por si las moscas.
El silencio nos ronda, 
nos llama a la puerta como mejor sabe. 
Sin embargo perdimos la atención a todo quien nos rodea; 
la intención, la comunicación y la propia conciencia... 
además ganamos ilusión con la Luna pidiéndonos deseos.
Y a nuestro pesar, 
nos gusta dar las buenas noches. 
Sobre todos los que nos robaron 
la sonrisa y sus hoyuelos, el corazón 
y el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario