06 marzo, 2016

con ojos de un pasado vendado

Nadie le enseñó a escribir,
a otear las circunstancias,
ni tan sólo a mirar al cielo
para implorar decencia
en la demencia de sus cuentos
de hoja caduca,
paciencia desgastada,
fango entre sus palabras
desatinadas en escritura.

Tenemos el don de la poesía y de pedir tiempo muerto
pero ni el diablo desea en sus aposentos
todo aquél mar de dudas.

Modestias aparte,
porque
ha alcanzado la mirada a pies de gigantes
se ha apretado los dientes y sentido grande
y las consecuencias le hicieron más fuerte.
Aúna el vértigo a no estar a la altura
con el destino y la suerte
que le aguarde.

Rimbombante brillantez en las faenas
que, con el mundo por montera,
le cornearon por la espalda.
Aunque no se aprende a esquivar algo
que no ves venir
habiéndote cortado el rabo
y las ojeras,
por si acaso.

Porque en la quema de rastrojos
ni la dignidad que hastía despojos
salvaría del fuego en su condena,
verdugo del alguacil,
ulula entre fantasmas
como sordo con trémolos
de incertidumbre y confianza
por vida lúgubre añil.

Nadie le enseñó a nada,
sin embargo, sigue pensando
y descifrando historias de beso libre
y liberando versos mudos
y amarrando el yugo cortado
por la soga de la vida
que le sustenta y tira por doquier,
y con ojos de un pasado vendados
le pregunto
al niño aquél,
cruzando los dedos de las manos:
cuándo dejé de querer cambiar el mundo...?

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