24 diciembre, 2016

stand by me

Around to Ass, darling.
Vieja canción con el jazz superfluo.
Y la escucho en las líneas que parten la carretera de una en una,
en los audífonos por encima de la barandilla del Metro,
en calles indiferentes por diferentes ventanas,
en el sonido de los charcos del recreo de niños,
en el típico tema que sacan tus colegas
y no te importa una mierda.
Me la puedo encontrar en los teclazos de piano de los tacones de la vecina, escalón por escalón,
en el microondas, los anuncios, la lavadora y los
champiñones del supermercado.
Será que está de moda esta canción,
y hay radios por todos lados.
Quién quisiera otra generación,
¿verdad?
Sigo caminando, ando con los párpados
literalmente
porque se van apoyando en cada bache de lo que enfocan mis ojos
si es que en realidad enfocan,
quizás los sollozos sean de otros
o la bachata ésta me esté conmoviendo.
De momento la Navidad se deja robar
un poco de civismo e infancia,
ya que todas las lucecitas parecen teselas del camino,
colocadas con unas manos sinuosas y delicadas,
con color a encanto, a magia.
Para hacerse la idea,
el riguroso tacto de un osezno por las zarpas
de su madre.
Después diré que la música es
como pensamiento para el alma,
pero oh please stand by me. Que la música sigue sonando
así que sigamos bailando pegados
tan pegados
que falte aliento entre cada nota;
las sinfonías gemideñas no son ni un estornudo de biblioteca
y las migas de pan de los abuelos no alimentan
y el tren no llega nunca a pesar de los atascos
y los vasos estarán marcados con un sólo par de labios
sin esta puta canción.
Ya no sé qué pensar. Maldita banda sonora de la vida.
El problema podría ser que aquella música
no tenga nada que ver con mi problema,
y nada más que sea una ilusión a lo largo de
generaciones en tiempos de cólera.
Simple serendipia por Spotify.
Coincidimos en los gustos musicales,
pero no en las mismas épocas.

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