Cómo cojones llegamos a poner en duda un "estoy seguro".
Ha desaparecido la confianza que,
como largos tragos de cerveza,
nos supo amarga su forja. Nos la hemos bebido,
y haciéndonos los borrachos
en cada esquina pintamos garabatos como castillos.
En el aire.
Sin una muñeca con rumbo y con un calderón sin salida.
Nos cosimos a balazos todas las heridas
disparando pistoletazos a más de cien salidas y elegimos
un centenar, cauterizando con saliva para dejar cicatrices.
Nos tragamos nuestras propias mentiras
hacia un camino que nos condujo solamente a la desdicha,
a un acantilado escalerizado.
Porque tirarnos desde arriba y sin arnés no nos convencía.
Sufrimos de impotencia fatigosa con cada paso hacia arriba,
creímos en Dios de entre todos sus milagros.
Pero ninguno, a ninguno nos salvó de la vida.
Contemplamos océanos turbios,
maremotos enfurecidos con celos y soberbia,
y algún que otro pecado.
Acecharon las tinieblas en nuestro cuarto el quinto día
que nos revolcamos en el fango, y como cerdos
disfrutamos de la pocilga que luego nos hizo
llevarnos a la cabeza sendas manos sudorosas.
Ahora echamos la vista atrás para no darnos de bruces
contra el péndulo que acompasa los recuerdos;
nos persuade, nos baila, nos seduce.
Aconseja no perder las ganas y ganar algo
del tiempo perdido.
Y sin embargo anhelado,
afianzamos el corazón por redimir delitos.
Delitos que, a día de hoy,
nos han varado
embargados hasta la "conorilla"
del olvido.
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