16 junio, 2016

bordados de alambre de espino


Uno se pregunta dónde se encuentra el rumbo de tus pies cuando el hilo se corta. Y acabas hecho un puto laberinto, lleno de nada con lo que seguir. Dónde vamos, y por qué tejemos aquí de vez en cuando. 


Trastabillamos la historia, dejamos huellas con colillas como migas de pan para olfatear el rastro de un pasado al que no merece la pena ni volver, ni echar de menos. Un fracaso de necios, un suspiro de vagos, un consuelo de remordimientos. Una palma marcada a cada lado de los labios, un desierto de desamparados.

Ahora es la oportunidad del silencio para dejarle callado, y sin embargo sigue habiendo tazas manchadas de café en las lagunas del olvido. Y camas sin nombre con bordados de alambre de espino, aterido y aferrado a los huesos como cimentando el recuerdo.

Las brasas que divagan entre muertos, los lamentos presos y barrotes por doquier. Góndolas de destino, gondoleros sin sentido en ríos que nacieron del ayer. 


Porque nunca se ha visto un reloj con tanta hambre de arena entre sus latidos, queriendo morder algo más que las entrañas del placer.

Maullidos en tejados ajenos, y sigo tirando piedras hacia el mío a cuentas del aire.

El que mece el nido, no tiene por qué salvar a la luna del frío de la piel cuando miras el papel y sigue sin haber nadie.

Cualquier mito encerrado acorralado por volver a ser valiente desafío.

Y yo, a palabras del margen que garabatos vuelven a atormentarme. 
Será que no concluyen mis finales, 
    o que los dioses nunca estuvieron de mi parte.

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