11 agosto, 2016

y tiemblas

Quizás no me dieron un manual de instrucciones.
O puede que sólo sea un mal trago, como cada noche. Ya sabéis.
Puede incluso que te frene,
te eche atrás, te enseñe los dientes
y lo único que pase por tu cabeza es no tenerla entre sus fauces.
Que no te atrape.
Y es así, aquí ninguno se atreve con los sueños, no vaya a ser que pese más el no cumplirlos.
Aunque haya barrotes que empujen hacia afuera la luz, siempre acabamos.
Abriendo los ojos.
En el momento que poner un pie en la realidad le haga dar gritos a tu corazón sabrás que estas jodido,
que estás lo más lejos posible a conocer
el significado de felicidad.
Atorméntate de tus huellas, porque te seguirán hasta el infierno.
Porque hay días en que los lotos visten oscuros,
y días que el luto te arrastra al agujero.
Y tiemblas, y lo haces en silencio. Tiemblas,
y todo a tu alrededor te contempla con la misma solemnidad
que la de la trescientos catorce, décima planta, entre rayos y quirófano.
Y tú sigues temblando,
pero el fondo carámbano no hace charco,
sigue haciendo frío a pesar de tantos latidos.
Claro, los susurros se convierten en plegarias, por si acaso.
Pero no se vayan a creer que creemos. En algo. Porque nosotros lo matamos.
Y no contentos con eso, empezamos a acabar con más cosas:
matamos el tiempo y le convertimos en arena;
matamos a los buenos y nos convertimos en los malos;
matamos y nos quedamos solos, solos con nosotros mismos.
Como preguntarse al espejo, alguacil.
Y el vacío hace de verdugo.
Y nos matamos a nosotros mismos, tal sentencia.
Haber sido infiel, siendo el novio de la muerte.
En cualquier momento se cobrará el precio.
Y lo llamaremos mala suerte.

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